Las monedas son el testimonio arqueológico más revelador de la complejidad, cultural y política, de la Península Ibérica en las últimas centurias antes de la Era, hasta su integración en el Imperio romano.
Exceptuando las series acuñadas por los cartagineses en las décadas finales del siglo III a.C., así como algunas emisiones romanas supeditadas a necesidades de guerra, en Iberia la fabricación de moneda está vinculada a las ciudades. Desde que los griegos de Emporion (Ampurias, Gerona) comenzaran a producir sus primeras piezas en el siglo V a.C., más de 150 ciudades, especialmente durante el siglo II y parte del I a.C., emitieron en algún momento moneda propia, con una gran variedad en tipología, pesos y escrituras.
A finales del siglo I a.C. las ciudades hispanas están ya completamente integradas en las estructuras romanas y también lo están sus monedas, auténticos documentos oficiales de la reorganización llevada a cabo por Roma. Las acuñaciones hispanorromanas, o “provinciales”, ya todas en latín, tuvieron una existencia de menos de un siglo, pero fueron uno de los signos de identidad de las grandes ciudades de Hispania.
La identidad hispana permanece bajo las formas romanas, tal como el poeta Marcial, nacido en Bilbilis (Calatayud), decía aún bien entrado el siglo I d.C.: nos Celtis genitos et ex Hiberis. "Nosotros, nacidos de celtas y de iberos".
La moneda hispánica en los catálogos del MAN (Pdf)
[C. Alfaro, 1994]