En época de Augusto se fija el concepto del retrato oficial. Si en época republicana la multiplicidad de rostros que compartían la esfera pública representaba la oscilación de los bandos que se hacían con el poder, el comienzo del mandato de Augusto en el año 23 a.C., marca la identificación unívoca del Princeps con el Estado. Las efigies del emperador, su esposa y su corte actuaron como un instrumento esencial de propaganda para difundir la imagen del príncipe en todo el Imperio.
La escultura, producida en serie por talleres de la capital, multiplicaba el retrato del emperador sobre una variedad de figuras: togadas, toracatas, ecuestres o personificando a divinidades diversas. Estas esculturas se convirtieron en puntos neurálgicos de la vida ciudadana en las provincias ya con función honorífica o en santuarios dedicados al culto imperial.
El estilo de los retratos varía a lo largo de los siglos. Las efigies de Augusto y sus sucesores están marcadas por un idealismo clasicista hasta el giro barroco de Nerón. Tras la caída de la dinastía Julio-Claudia, la tradición republicana resurge con fuerza entre los flavios. Con un claro sentido antielitista, Vespasiano impone el tradicional estilo realista propio de las clases medias. La llegada de los Antoninos en la persona de Trajano establece una vuelta al estilo augusteo. Su sucesor, Adriano, llevará hasta las últimas consecuencias un sofisticado eclecticismo marcado por la asimilación de lo helénico. La época de Antonino representa el punto culminante en este proceso. Bajo el reinado de Marco Aurelio comienza una tendencia barroca que se consolidará con los Severos.