Disponer de un ataúd o un sarcófago era importante para los egipcios porque de ello dependía la protección de la momia, necesaria para su supervivencia. Estas bellas cajas pintadas no sólo protegían físicamente el cadáver sino que sus imágenes y jeroglíficos proporcionaban seguridad al difunto en su viaje al Más Allá, facilitando su camino por el mundo de ultratumba para acceder a una nueva vida mediante fórmulas mágicas.
En su visión del cosmos, los egipcios creyeron que esa nueva vida dependía de que sus acciones hubieran contribuido al mantenimiento del orden cósmico, practicando o promoviendo la justicia social. Por ello, serían juzgados después de la muerte. El orden cósmico surgió con la creación, que aquí se representa mediante la imagen de la diosa del cielo separada del dios de la tierra por los brazos elevados del dios del aire. Frente al caos, la creación dio paso al orden y al equilibrio, y los egipcios lo llamaron Maat y lo representaron como una tenue pluma. Debía regir la vida en Egipto y las acciones humanas. Tras la muerte, todo egipcio tenía que dar cuenta de ellas.
En éste sarcófago, la diosa de Occidente lleva al difunto al juicio de Osiris. Ante éste, los dioses colocan su corazón en un platillo de la balanza y en el otro a la diosa Maat. Si el corazón pesaba más que la pluma por no haber podido justificar sus actos, será presa de la devoradora de corazones y su muerte, eterna. Si ambos platillos se equilibraban, el difunto era considerado “justo de voz” y viviría para siempre.