Tartessos aparece mencionado en la Biblia como un lugar en el extremo occidental del Mediterráneo, rico en plata. Los datos arqueológicos avalan su situación en el suroeste peninsular durante los siglos VIII y VI a.C. Sin embargo, la génesis de la cultura tartésica tuvo lugar en el siglo anterior, cuando la aristocracia del sur peninsular inició la asimilación de rasgos culturales orientales al contactar con los fenicios presentes en la costa. La “orientalización” cultural consolidó el poder de esta aristocracia local, que controlaba el comercio y la distribución de objetos de lujo en su propio beneficio. Los exhibió y atesoró como signos visibles de su poder y después se enterró con ellos, como demuestran los ricos ajuares hallados en sus tumbas. El “Tesoro de Aliseda” (Cáceres), del siglo VII a.C., es uno de los más extraordinarios.
Apareció en un túmulo donde se enterraron, al menos, dos miembros de la aristocracia, un hombre y una mujer. Lo componen 285 objetos de oro, algunos con piedras engastadas, un espejo de bronce y un conjunto de objetos (brasero, vaso de plata, patera de oro) y un jarrito de vidrio con una inscripción egipcia, utilizados en el rito funerario de la libación. Los motivos decorativos son de origen oriental, pero las piezas fueron fabricadas en un taller local que dominaba las técnicas fenicias del granulado, la soldadura y la filigrana, que alcanzan en estos objetos altas cotas de perfección. Es el caso de la diadema de extremos triangulares, uno de los símbolos tartésicos por excelencia, y del cinturón de placas articuladas decoradas con figuras impresas del dios-héroe fenicio Melkart luchando contra un león, entre un friso de grifos alados y palmetas y sobre un fondo granulado.