Los cementerios ibéricos se situaban junto a los caminos. La monumentalidad, riqueza y situación de las tumbas fueron reflejo de la jerarquización social, aunque se desconoce cómo se enterró un amplio sector de la población. La élite social se enterraba en cámaras subterráneas, como la de la Dama de Baza, en cámaras cubiertas por grandes túmulos, como en la necrópolis de Galera, o en tumbas monumentales que podían adoptar la forma de un pilar-estela con capitel sobre el que se colocaba un animal protector o de torre con esculturas de animales protectores en sus esquinas, como la tumba de Pozo Moro.
Esta tumba turriforme de Pozo Moro (Albacete) data del siglo VI a.C. y es única en su género porque los relieves que la decoran son imprescindibles para comprender el influjo de los mitos orientales en la mentalidad de los iberos. En ellos, se desarrolla un programa iconográfico para magnificar al difunto como fundador de su linaje, aunque no haya total acuerdo en su interpretación. Se inicia con la representación de una imagen femenina con el peinado típico de la diosa egipcia Hathor, que sostiene dos flores de loto, símbolos de fecundidad y renacimiento. Continúa con la imagen del héroe portando el árbol de la vida, que ha logrado venciendo a los monstruos y que le asegura la inmortalidad. Sigue una escena de banquete. Un ser monstruoso de dos cabezas sujeta con una mano la pata de un jabalí y, con la otra, un cuenco con una figura humana, quizás el difunto. Se dispone a ingerirla para conducirla de este modo a la esfera de los dioses. Completan el programa un guerrero luchando contra monstruos y una escena sexual de unión carnal de un personaje masculino con una diosa. De ser el difunto, esta unión daría un origen divino a su descendencia, es decir, a la aristocracia local.