“Si puedes diseñar una cosa, puedes diseñarlo todo; si lo haces bien, perdurará para siempre.” (Massimo Vignelli)
La aguja es un objeto cuyo perfecto diseño persiste actualmente y que ya se empleaba en el Paleolítico superior, etapa en la que tuvo lugar su invención hace unos 12.500 años. A pesar de la sencillez de su forma, era considerada una de las herramientas más complejas del momento, ya que realizaba una doble función: atravesar el material a coser y retener el hilo. Al no apreciarse huellas de desgaste en la parte superior, se supone que se empleaba mayoritariamente sobre orificios previamente realizados en las pieles y el cuero de los animales con ayuda de un buril. Las agujas se realizaron en distintos materiales: hueso, asta o marfil, y su fabricación era sencilla: se partía de un pequeño trozo de cualquiera de estas materias y, tras regularizar su forma por abrasión, se practicaba un pequeño orificio en la parte superior con un buril de piedra por el que después pasaría el hilo. Finalmente, se pulía toda su superficie.
Este objeto es un caso ejemplar de buen diseño, pues ha pervivido durante miles de años sin apenas trasformación y manteniendo intacta su función. A su larga vida, se suma la simplicidad de su forma, clave de su éxito, lo que determina el buen diseño como búsqueda de lo primordial para resolver una función con el menor número posible de elementos.
Las agujas no solo están presentes en nuestra vida como elemento funcional básico de todo hogar sino que su imagen aparece, además, en creaciones artísticas contemporáneas sirviendo como fuente de inspiración y vía de comunicación. Un ejemplo de ello, se recoge en esta composición de Chema Madoz.