“La simplicidad llevada al extremo, se convierte en elegancia.” (Jon Franklin)
Se han descubierto numerosos objetos de oro de finales de la Edad del Bronce, generalmente adornos femeninos. La mayor parte procede de depósitos o tesoros enterrados, considerados ofrendas en tierra que posiblemente se realizaron con la intención de recuperarlas con posterioridad.
Entre estos objetos, destacan ciertas joyas elaboradas en oro macizo: el brazalete de Estremoz, realizado con la sofisticada técnica de fundición a la cera perdida, y los torques de Berzocana o el torques doble de Sagrajas, decorados con sencillas formas geométricas incisas. Los cuencos de Axtroki, posibles casquetes o cascos ceremoniales con decoración repujada, también comparten con las joyas la elegancia de su sencillez.
La materia con la que fueron fabricados estos objetos, el oro, mineral blando y maleable, fácil de trabajar y de intenso y brillante color, ha permitido y permite actualmente obtener gran variedad de diseños originales y sencillos que no precisan artificios para resaltar su belleza natural. Debido a estos valores intrínsecos, el oro ha sido, desde tiempos remotos, símbolo de riqueza y poder, muy valorado como elemento de prestigio y representación social.
A estas características, se une el hecho de que todas estas joyas (torques, brazaletes, pulseras, etc.) muestran cómo durante la Prehistoria ya se utilizaban muchas de las técnicas orfebres de fabricación y decoración, aplicadas a la creación de diseños y decoraciones más o menos complejos, que han llegado a nuestros días y que se aplican en la joyería actual, como vemos en la gargantilla moderna con decoración geométrica incisa. Más tarde, la llegada de los fenicios amplió las posibilidades técnicas de la orfebrería aplicada al diseño de joyas y objetos preciosos, lo que permitió ampliar la variedad de diseños áureos, como se verá en el siguiente texto.