“Diseño es donde la ciencia y el arte llegan a un punto de equilibrio.” (Robin Mathew)
Estas interesantes joyas de oro del siglo VII y principios del VI a.C. forman parte de un preciado tesoro vinculado a la cultura tartésica y conocido con el nombre de la localidad cacereña donde se encontró. Son adornos personales, en su mayoría femeninos (anillos, pulseras, diademas, arracadas), realizados con técnicas y decoraciones de influencia oriental que han perdurado hasta la actualidad. Algunas de estas técnicas son de tradición indígena (laminado y repujado) y otras introducidas por los fenicios (soldadura, filigrana y granulado). La máxima perfección se halla en la diadema y el cinturón. En la primera, por el uso de filigrana de oro que dibuja motivos a modo de encaje en el que cobra importancia tanto el espacio ocupado como el vacío. Del cinturón, destaca el granulado de oro que cubre superficies preestablecidas. Los diversos motivos decorativos son también de inspiración oriental: palmetas, rosetas, flores de loto, héroe y león luchando…
Aún se percibe el cuidado y la belleza de su factura. Las técnicas de fabricación, que funcionan a su vez como técnicas decorativas, son totalmente artesanales y prevalecen actualmente en contraposición a la estandarización que supuso la revolución industrial. Junto a estos aspectos, será totalmente determinante la materia prima escogida para su realización, el oro, que marcará no solo la técnica de elaboración y su estética sino también el estatus social del futuro poseedor o poseedora. De nuevo, entra en juego la función simbólica de los objetos. Firmas reconocidas, como Tiffany o Dolce Gabbana, incluyen en sus colecciones estas técnicas para aportar a sus joyas un valor añadido, por la exclusividad que supone un trabajo artesanal de diseño exquisito y por la belleza del mismo.