"Para crear, antes debe uno cuestionarlo todo." (Eileen Gray)
Esta falcata de Almedinilla (Córdoba) es una espada de hierro de doble filo característica de los iberos y datada entre los siglos IV y III a.C. Está fabricada con tres láminas soldadas entre sí. La capa central se prolonga y sirve de núcleo de metal de la empuñadura, normalmente en forma de animal protector. Hasta fines de la Edad del Bronce, las espadas servían solo para pinchar con la punta, pero la falcata puede, además, cortar con el filo de su hoja. Está decorada con damasquinado en la empuñadura y en el extremo de la hoja. Esta técnica decorativa consiste en la incrustación mediante martillado de un hilo de metal rico, en este caso, plata, en otro más pobre, en este caso, hierro. Además de ser un arma compleja y funcional, estaba dotada de valor simbólico: determinaba la riqueza y el estatus social de su poseedor, como sucede en nuestros días con algunos objetos.
Cuando se conoce la falcata en profundidad se entiende mejor cómo nace de la reflexión y la experiencia. Existe todo un proceso de diseño previo que la define y adecúa a las necesidades de quien lo maneja. Consecuente en sus detalles, no deja nada al azar, buscando cumplir con su función de la mejor manera. Y es que, para crear, hay que cuestionarlo todo antes. El resultado es un diseño resistente y coherente. Su forma curvada y asimétrica distribuye el peso para concentrar en ella la fuerza del movimiento, y la unión con la empuñadura se refuerza para evitar su fragilidad; la hoja de doble filo le da versatilidad de uso y las hendiduras realizadas en la hoja, además del valor estético, aligeran su peso sin disminuir su resistencia.
Actualmente, los objetos comparables a las falcatas, por su doble filo cortante, serían los grandes cuchillos militares de combate, especialmente pensados y diseñados para la guerra y la supervivencia.