El dinero, cuyo nombre procede del ya lejano denario romano, es la moneda más característica de la Edad Media cristiana, en toda Europa, hasta al menos el siglo XIII.
Las primeras emisiones cristianas de la Península se producen en la Marca Hispánica, los condados establecidos por el Imperio carolingio al sur de los Pirineos para contener el avance islámico, y son dineros de plata de Carlomagno acuñados a partir de 785 en la actual Cataluña.
El resto de nacientes reinos cristianos aún tardó dos siglos en producir moneda propia. El retraso, llamativo respecto a sus vecinos andalusíes, se debe a su diferente estructura política, económica y social. Si necesitaban usar monedas, utilizaban las islámicas, que circulaban por todo el territorio peninsular. El despegue definitivo de la acuñación se produjo a finales del siglo XI, ligado al desarrollo de la vida urbana y del comercio, al impulso del Camino de Santiago y a la consolidación territorial y política.
Cada reino desarrolló su propio sistema monetario, con distintos valores y tipos que combinaban imágenes de los reyes, símbolos religiosos, especialmente la cruz, emblemas heráldicos y leyendas en latín. Sin embargo, todos estaban unidos por el dinero de vellón: una moneda humilde, pequeña, delgada y frágil.