Hasta finales del siglo XII, cuando los reinos cristianos necesitaban monedas de mayor valor que los dineros de vellón solían recurrir a las monedas andalusíes. Sin embargo, la solución se convertía en un problema cuando al-Ándalus entraba en crisis.
Alfonso VIII de Castilla (1158-1214), enfrentado a la escasez de circulante por la caída del poder almorávide, se vio así obligado a acuñar una moneda de oro propia. Lo hizo por la misma vía que los condes de Barcelona un siglo atrás: imitando la moneda islámica. En concreto, las emisiones almorávides que habían aprovisionado de oro a Castilla durante toda la primera mitad del siglo XII.
El maravedí (de “morabetí”, almorávide) tiene peso y aspecto completamente islámicos, con leyendas correctamente escritas pero que contienen un mensaje cristiano, citando al Papa y al Rey de Castilla, una cruz y las iniciales latinas ALF en el anverso. Y en lugar de fechar la acuñación por la Hégira, al modo andalusí, se utiliza la Era de Safar, denominación árabe de la Era Hispánica, el sistema cristiano de cómputo de los años.
Estas primeras series dieron pronto paso a un maravedí ya orgullosamente cristiano, el acuñado por Fernando II de León (1214-1217). Aunque mantiene el peso andalusí, exhibe el busto del monarca, el león como tipo parlante del reino y leyendas en latín.