El agitado siglo XIX vio también varias reformas monetarias que, más que solucionar problemas, los crearon, por los distintos valores que se mezclaron en la circulación. La necesaria renovación vino con el Sistema Métrico Decimal, un sistema universal de unidades que se iba extendiendo por Europa. España lo introdujo en 1849, pero no se impuso hasta 1868, el año en que la Revolución “Gloriosa” destronó a Isabel II.
Decidido a mirar a Europa, el Gobierno Provisional suscribió la Unión Monetaria Latina, un convenio que equiparaba el peso, tamaño y ley de las divisas basándose en el Sistema Métrico Decimal. Nació así la peseta.
El patrón encajaba fácilmente con el antiguo sistema del real, y también lo hacía su nombre, pues ya se había usado, sobre todo en Cataluña, para la pieza de dos reales. Sus diseños sí fueron novedosos, para distanciarse de la monarquía: una mujer inspirada en la Hispania de las monedas romanas del siglo II y un escudo adaptado a un concepto genérico del Estado, con corona mural en vez de real.
La peseta se mantuvo durante más de cien años como unidad española, con los cambios oportunos en sus tipos y una evolución que la llevó del metal precioso a las aleaciones modernas de bajo coste. Se fue en 2002, con una emisión de 100 pesetas que recuperó, simbólicamente, aquella España recostada de 1868.