Aunque los piratas del cine y la literatura persiguen ávidamente los doblones, el auténtico protagonista de los barcos cargados de dinero que venían de América fue el real de a ocho.
En efecto, no fue el oro, sino la plata, el metal que dominó la economía del mundo moderno. Desde el siglo XVI inundó los mercados gracias a la explotación de nuevas minas en Europa, pero sobre todo de las riquísimas vetas de América, cuyo control permitió a Castilla acuñar la pieza de ocho reales, una moneda fuerte que se impuso como divisa internacional.
También llamados pesos y duros, los reales del “rey de las Españas y las Indias” circularon por todo el mundo, uniendo por primera vez Europa, América y Asia en una intrincada red de negocios. Fueron la clave del comercio con Oriente, tan importante hasta el siglo XIX, ya que las piezas acuñadas en las ciudades americanas fueron prácticamente el único medio de pago aceptado en China.
El real de a ocho desapareció en América con la independencia de las colonias, a principios del XIX, pero sobrevivió en sus monedas nacionales: tanto los pesos de las repúblicas hispanoamericanas como el dólar de Estados Unidos replicaron el formato de la moneda más internacional. En España, su heredera fue la pieza de 5 pesetas, el “duro”.