La demanda de monedas de mayor valor adquisitivo en la Europa cristiana condujo también a la creación de valores fuertes en plata, metal precioso que se fue haciendo necesario para agilizar los pagos y operaciones de cierta importancia.
Así, a lo largo del siglo XIII fueron creándose monedas de plata llamadas con frecuencia “gruesos”, en contraposición a las delgadas piezas de vellón. Algunas de ellas fueron el el gros de Navarra, el croat de Barcelona y los reales de distintos Estados europeos, entre ellos las Coronas de Castilla y de Aragón.
En origen, real era el nombre que recibían las monedas propias de los reyes, diferenciadas de otras acuñaciones locales, episcopales o nobiliarias. Y “real” es la iconografía de estas nuevas piezas de plata, que en general presentan el busto del monarca, sus títulos y las armas del reino. Una llamativa excepción son los reales de Pedro I de Castilla (1350-1369), en los que el poder del rey, que pasó la mayor parte de su reinado imponiendo su autoridad en contiendas civiles que exigían grandes cantidades de dinero, se transmite mediante un símbolo: la inicial de su nombre coronada.
Introducido en la Península a partir de 1300, el real tuvo un larguísimo recorrido. Convertido con el tiempo en unidad del sistema de plata español, no desapareció hasta 1864.