A finales del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se fragmenta bajo la presión de las migraciones germánicas. De los pueblos asentados en la Península, sólo suevos y visigodos acuñaron moneda, y sólo estos últimos desarrollaron un sistema realmente propio, basado en el tremís, acorde con el extenso reino que establecieron durante dos siglos.
El tremís había nacido en 384 como una pequeña moneda de oro romana, un tercio del sólido, en un mundo en el que el oro se había convertido en la forma de pago preferida para todo lo relacionado con los impuestos y el ámbito oficial.
Habituados a utilizarlo en sus tratos con la administración imperial, los reyes visigodos adoptaron su peso, la lengua latina y sus imágenes, aunque con un estilo propio, llamativamente esquemático.
Los tremises se acuñaron en numerosas ciudades hasta la invasión islámica en 711. Sin embargo, la sociedad visigoda ya no usaba la moneda como lo hacía la romana. El sistema estaba basado exclusivamente en el oro y concebido especialmente para el pago de tributos, instrumento imprescindible para consolidar el poder del monarca. Para los gastos cotidianos, la población emplearía las antiguas monedas de bronce romanas o formas alternativas, como pagos en especie.