La presencia de armamento en enterramientos protohistóricos (primer milenio a.C.) y, especialmente ibéricos, se documenta entre los siglos IV a.C. y I a.C. En forma de ajuar u ofrenda, armas como la falcata o las espadas de frontón o de antenas se presentan como elementos identitarios del difunto siendo, a su vez, símbolo de una sociedad ibérica altamente jerarquizada donde las élites guerreras se asocian a la guerra, la caza y al caballo. Son elementos que, tradicionalmente, han inducido a pensar en un mundo eminentemente masculino interpretándose como muestra de esa dicotomía de género en la que los hombres se identifican con las armas y las mujeres con joyas.
Hasta la década de 1970, la arqueología había venido demostrando que los ajuares funerarios ibéricos en los que encontramos armamento normalmente se identifican con enterramientos masculinos, mientras que los femeninos, de forma mayoritaria, contienen elementos relacionados con el textil (como fusayolas) o joyería (como arracadas), pero no incluían armamento. Esto se debía a la imposibilidad de obtener información sobre el sexo de las personas enterradas debido a que, en la Edad del Hierro, la cremación fue el principal ritual funerario. Los avances en la investigación permitieron conocer otras realidades y, por tanto, plantear otras preguntas y reflexiones.
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