Apolo es el modelo de excelencia masculina griega en lo físico, lo intelectual y lo ético. Este modelo de perfección masculina era perfectamente compatible con una sexualidad más allá de los modernos límites de lo heterosexual. Apolo, igual que dioses como Zeus, tiene en el mito amantes hombres y mujeres, siendo su amante varón más famoso el joven Jacinto, cuya trágica historia explica el origen de la flor del mismo nombre.
La sexualidad griega por tanto, se sitúa fuera de modernos parámetros heteronormativos. Pero no por ello debemos pensar en un contexto de libertad y tolerancia sexual. La sociedad helena sí establecía normas sobre qué relaciones sexuales y afectivas serían más y menos apropiadas, pero estas normas no dependían tanto del género de las personas, en los términos empleados en la sexualidad contemporánea, sino sobre todo de su estatus. El ciudadano libre se situaba en la cúspide social griega, y bajo él vivían las personas consideradas de menor rango; los “otros” sometidos al ciudadano: mujeres, extranjeros, esclavos (ver vitrinas 2 y 4, a la izquierda).
En todos los ámbitos, incluido el de la sexualidad, el ciudadano griego debía asumir un rol dominante, dentro de relaciones asimétricas, establecidas con personas de menor rango. Un ciudadano griego podía así tener relaciones con su esposa, concubina, esclavo o esclava, o prostituta extranjera o prostituto. Sin embargo, no debía tener relaciones con un ciudadano de su misma edad, o asumir un rol pasivo con cualquier varón de cualquier estatus. Esto, por supuesto, no significa que no hubiera relaciones fuera de estas normas, sino simplemente que estas eran rechazadas y ridiculizadas. Aristófanes, por ejemplo, en sus comedias, hace referencias a relaciones homosexuales entre ciudadanos adultos, pero para burlarse de ello. A veces, las marcas históricas de la diversidad sólo quedan en negativo.
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