Este altar visigodo del siglo VII evoca tiempos pretéritos en los que el canto era esencial en las celebraciones litúrgicas, pues contenía la oración hecha música. La enseñanza de la música litúrgica en estos siglos de la Antigüedad Tardía era exclusivamente oral y solo después de muchos años de aprendizaje los cantores llegaban a dominarla. Efectivamente, San Isidoro de Sevilla, sabio visigodo, ya era consciente de que “los sonidos se pierden, porque no se pueden escribir”.
Más tarde, en el siglo IX, se produjo un hecho trascendental: surgió la polifonía, en la que varias voces interpretaban por separado una melodía diferente en la misma pieza. Esta práctica alentaría la aparición de la escritura o notación musical, que permitía identificar y sincronizar las diferentes melodías. Por primera vez en la historia, podía interpretarse una obra musical sin haberla escuchado previamente.
La cultura mozárabe heredó y dio continuidad a la tradición visigótica. Gracias a ello, conservamos miles de cantos de la liturgia visigótico-mozárabe, la llamada liturgia hispana, pero con un sistema de notación peculiar aún sin descifrar, por lo que no sabemos cómo se interpretaría.