Este lécito de figuras rojas de mediados del siglo IV a.C. muestra la imagen de una sirena. Este personaje híbrido de ave y mujer de origen asirio-babilónico tuvo extensión universal.
Las sirenas son seres de los que conviene huir, a pesar de su gran atractivo. Este arquetipo ambivalente y de presupuestos patriarcales tuvo su origen en la consideración de la mujer como objeto, tanto de fascinación como de peligro. En la cultura griega, las sirenas habitaban en una isla sepulcral y atraían con sus cantos a navegantes, que encallaban en sus costas. Apolonio de Rodas, a principios del siglo III a.C., las describe por vez primera y las presenta con cabeza de mujer y cuerpo de ave, coherente con su destreza musical. Solo en la Edad Media transmutarán su cuerpo en el de un pez.
Bellas y eternas incitadoras de los varones, personifican la tentación, la lujuria, etc., y tendrán larga vida en el imaginario popular bajo distintas formas y nombres: náyades, lamias, xanas, doncellas de la noche de San Juan… Son también precedente de la femme fatale de la iconografía romántica, presente hasta nuestros días.