Durante la Baja Edad Media se produjo el florecimiento de diversas técnicas artísticas fruto de la permeabilidad y la ósmosis entre el mundo islámico y cristiano. Una muestra es la cerámica de reflejo dorado, que tuvo uno de sus centros en los talleres alfareros de Manises y alrededores. Según las fuentes, su aparición viene ligada a la adquisición del señorío de la villa por D. Pedro Boíl, embajador en Granada del rey aragonés y a la llegada de maestros alfareros andalusíes de dicho reino a su villa, a la que se sumaría la llegada de alfareros de la región de Murcia. En estas obras está presente la huella andalusí por varios motivos: se trata de una técnica importada de los talleres nazaríes, de origen oriental y amplia difusión en al-Ándalus, especialmente en la etapa nazarí; su elaboración está inicialmente prohibida a cristianos y sólo permitida a musulmanes; y dará servicio a las distintas poblaciones y comunidades religiosas que viven en un mismo territorio (cristianas como vemos con el emblema IHS, o musulmanas en los socarrats de los aliceres de la mezquita de la sala 24).
A ello se suma la mezcla en su iconografía de elementos andalusíes, derivados de la alfarería nazarí, con los gótico-naturalistas. En sus inicios, esta cerámica imitó la nazarí, y se caracterizó por su decoración geométrica, de ataurique u otros motivos, como alafías (Imagen 3), piñas persas o árboles de la vida, como se ve al inicio de la vitrina en los platos y albarelos o botes de farmacia. Pero en su época de mayor esplendor, gran parte del siglo XIV y siglo XV, se introducen elementos de la flora (helechos, brionia, hiedra, cardo) y la fauna (águila, liebre), que nos muestran la progresiva permeabilización del naturalismo gótico. A ello responden los objetos presentados en el resto de la vitrina.
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