La conquista del Reino de Granada y la expulsión de los judíos en 1492, fecha tradicionalmente considerada como el fin de las ‘Tres Culturas’, no supuso el fin del patrimonio mixto desarrollado en los siglos anteriores. En la España del Renacimiento, por ejemplo, continuó la producción de loza dorada. En el siglo XVI los alfares de Manises encabezaron su comercialización, pero en otros alfares de las coronas de Castilla (Triana) y Aragón (Muel, Reus, Barcelona, Valls) se imitaron sus artículos, muy demandados por las élites para la representación de su prestigio.
La loza dorada realizada en esos centros cerámicos refleja la expansión final de una técnica de origen andalusí. El efecto de estar cubiertos con oro o plata sobredorada se vio alterado en la Edad Moderna por la paulatina degradación de la calidad del reflejo metálico. La tradición musulmana ya apenas se advierte en los motivos decorativos, derivados del estilo gótico de la loza dorada tardo-medieval, pero todavía se aprecia en la tendencia a compartimentar la decoración.
En el siglo XVI fue realizada indistintamente por artesanos mudéjares, moriscos o cristianos nuevos, y cristianos viejos. Los mudéjares castellanos fueron obligados a convertirse al cristianismo, bajo la amenaza de la expulsión, en 1502. Lo mismo ocurrió en 1525 respecto a los valencianos y aragoneses, muy activos en los alfares cerámicos tradicionales. La expulsión de los moriscos de la corona de Aragón en 1610 significó la finalización de la producción de loza dorada en Muel.
A lo largo del siglo XVII la loza dorada continuó siendo un objeto de lujo muy apreciado por las élites valencianas, si bien su consumo se popularizó. La difusión peninsular que alcanzó en los siglos anteriores fue interrumpida por el cambio de gusto a favor de la loza producida en los alfares de Talavera de la Reina (Toledo), que hacia 1575 comenzaron a comercializar loza con decoración polícroma o azul, inspirada en la mayólica italiana y la porcelana china.
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