Las monedas son uno de los testimonios arqueológicos más relevantes de la presencia de Cartago en la Península Ibérica. A partir de 237 a.C., la potencia norteafricana, empobrecida y endeudada tras su derrota en la Primera Guerra Púnica, emprendió la conquista de Iberia en busca de nuevos recursos, especialmente los metales preciosos de las minas del sur.
Los gastos de la organización del ejército y el pago a los soldados exigieron acuñar grandes cantidades de moneda, que en parte se hicieron en territorio hispano, en talleres móviles que viajaban con las tropas o en Kart Hadash, la “ciudad nueva” (Cartagena, en latín Carthago Nova), fundada en 227 a.C. Las emisiones de estos años incluyen piezas de plata de alto valor adquisitivo e imágenes de gran significado, que se han convertido por derecho propio en las más llamativas de la Antigüedad hispana.
La dinámica de expansión imperialista de Roma y Cartago lleva en el año 218 a.C. a una nueva guerra. Con la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.) comienza una transformación radical para los pueblos de Iberia: convertida en campo de batalla de las dos grandes potencias del Mediterráneo occidental, uno de los cambios decisivos fue la extensión del uso de la moneda.
Hasta entonces, su circulación era muy restringida y muy pocas ciudades poseían moneda propia: aparte de las colonias griegas de Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas), sólo la ibérica Arse (Sagunto) y las púnicas Gadir (Cádiz) y Ebusus (Ibiza). Con la guerra circuló el dinero romano y cartaginés, pero ambos bandos necesitaron, además, el apoyo financiero de sus aliados hispanos.