El retrato infantil nace en Roma con la llegada del Imperio. La adopción de Gayo y Lucio César, aún niños, por Augusto, con el objeto de convertirles en sus herederos, genera la necesidad de difundir su imagen.
Sin embargo, durante el siglo I, las representaciones infantiles quedarán restringidas a la Casa Imperial. Será a inicios del siglo II cuando este género se extienda entre la población.
El temprano fallecimiento de un hijo tendrá como expresión un busto funerario. En ocasiones, estas imágenes se plasman en los sarcófagos, en los que con frecuencia el fallecido aparece vinculado con Eros, divinidad que le garantizará una vida feliz en el Más Allá.