Durante la Edad Media la Península Ibérica era un mosaico de pueblos y culturas con dos esferas territoriales de dominio: la islámica y la cristiana. A partir del año 711, y sobre todo del 756 con la fundación de Al-Ándalus, se pasó de una sociedad de mayoría cristiana y lengua latina a otra de lengua árabe y religión islámica, con minorías cristianas y judías.
La proclamación del Califato de Córdoba (año 929) condujo a su cima los logros artísticos de Al-Andalus. Le sucedieron pequeños estados, los Reinos de Taifas (siglo XI) que culminaron el desarrollo cultural y económico. Desde la primera mitad del siglo XII hasta mediados del XIII, las dinastías africanas de Almorávides y Almohades fueron deudores de la tradición cultural andalusí, que continuaron, enriquecieron y extendieron
El Reino Nazarí de Granada aportó un extraordinario refinamiento en arquitectura y artes industriales, hasta su definitiva conquista en 1492. Su desaparición no acarreó una ruptura radical con la tradición anterior: comunidades musulmanas siguieron viviendo en los reinos cristianos, y su dominio de las técnicas agrícolas, artesanales y arquitectónicas les permitieron continuar desarrollando una intensa labor creativa al servicio de la cultura cristiana preponderante; manifestación de esta situación fue el llamado arte mudéjar.
A partir del núcleo de resistencia astur y de los condados de la zona noreste de la Península, se van formando diversos reinos -León, Castilla, Aragón, Navarra.- que emprenden la tarea común de la reconquista frente al Islam, y al mismo tiempo la repoblación del territorio. Estos reinos mantienen contactos con la cultura de otros reinos europeos, de donde llegarán los estilos románico y gótico.
La Iglesia y los monasterios colaboran en el mantenimiento de la cultura antigua. Las catedrales hispanas son el exponente de la recepción de los nuevos estilos. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela refuerzan los intercambios culturales y económicos con la Europa medieval.Las cortes regias y la aristocracia feudal, con sus leyes y la concesión de fueros, cohesionan el territorio de las diferentes culturas -cristiana, islámica y una influyente minoría judía-.
El comercio de la lana, las ferias, el desarrollo agrícola y los gremios hacen florecer la riqueza que se plasma también en edificios civiles, objetos suntuarios y ofrendas a las iglesias. En 1492 se culmina la reconquista iniciada a mediados del siglo VIII.