El ritual funerario preferido por los pueblos célticos fue la cremación. Los restos cremados del difunto se introducían en una vasija utilizada como urna cineraria que se enterraba en un hoyo junto con el ajuar funerario. Todo ello, se cubría con un túmulo o se rodeaba de lajas y se señalizaba con una estela. Si el difunto era militar, le enterraban con sus armas, tras quemarlas con él e inutilizarlas ritualmente. Hay ajuares funerarios propios de agricultores, identificados por los instrumentos agrícolas hallados en sus sepulturas, y otros que sólo pudieron pertenecer a un régulo por la cantidad y calidad de los elementos que lo componen. Tal es el caso de este ajuar de Aguilar de Anguita (Guadalajara), compuesto por armas, ofensivas y defensivas, y dos bocados de caballo: uno de doma y otro de monta, además de otros objetos de indumentaria en bronce, tales como un significativo pectoral de discos, un casco, un broche de cinturón y una fíbula.
Este pectoral, fechado entre el siglo V-principios del IV a.C., está formado por dos discos de bronce, uno para el pecho y otro para la espalda, y varias placas discoidales y ovales que cuelgan sujetas por cadenas. Discos y placas están decorados con círculos concéntricos repujados y pequeñas líneas incisas, que pueden interpretarse en relación con la simbología astral y con cierto significado protector para su portador. Probablemente, perteneció a un régulo celtibérico, que se lo colocaría sobre una camisa de cuero para exhibirlo en ceremonias y celebraciones donde mostraba, de este modo, su prestigio y su alta posición social. Formó parte de su ajuar funerario junto con sus mencionadas armas ofensivas y defensivas, la mayoría de hierro, y varios objetos de su indumentaria. Algunos de estos elementos, de calidad excepcional, muestran claras relaciones con el mundo ibérico.