Los iberos constituían un conjunto de pueblos regidos por una aristocracia militar fuertemente cohesionada por relaciones de dependencia y cuyas actividades exclusivas fueron la guerra y la caza. En el plano funerario, concedieron mucha importancia al ritual de la cremación del cadáver, cuya complejidad dependía de la posición social del difunto. Cuando éste era importante, la pira era alta y de buena madera. Sobre ella, se colocaba el cuerpo vestido para la ocasión y acompañado de sus objetos personales. A continuación, se procedía a la cremación. Durante ese proceso se arrojaban al fuego ofrendas y perfumes. Finalmente, se guardaban las cenizas en una urna, que se depositaba en la tumba junto al ajuar. En paralelo y junto a ésta, se celebraba el banquete ritual al que asistían familiares, amigos y clientes del difunto.
El llamado Vaso de Los Guerreros de Archena (Murcia) es un kálathos excepcional por las escenas que decoran sus paredes. Fue modelado a torno durante la segunda mitad del siglo III a.C. y utilizado como urna cineraria del guerrero que lo encargó, de ahí que las escenas tengan un sentido de exaltación del difunto. En ellas, se muestran escenas de lucha y caza: la lucha entre dos infantes armados con lanza, una escena de caza en la que un jinete persigue a dos jabalíes, y, en la última, un jinete atacando a un infante. En todas las escenas hay un protagonista reconocible: el difunto. Él es el vencedor en todos los episodios, que tienen un profundo sentido simbólico relacionado con el triunfo sobre la muerte y la heroización del guerrero por sus hazañas.