La moneda es uno de los pilares del Imperio romano y una herramienta indispensable para su población. Salarios, impuestos, obras públicas y pagos de todo tipo se satisfacían con piezas acuñadas en oro, plata, latón o bronce: áureos, denarios, sestercios, dupondios o ases.
Producida en enormes cantidades y distribuida desde la capital a las provincias, es también uno de los más importantes instrumentos de propaganda del Estado. Junto al retrato del emperador desfilan las grandes construcciones públicas, victorias militares y alegorías de la buena marcha del gobierno, un programa de imágenes destinado a difundir la grandeza de Roma.
En lo más alto del sistema estaba el áureo de oro. Destinado a los grandes pagos y a las operaciones comerciales que traspasaban los límites del Imperio, tiene una conexión directa con Hispania, pues su acuñación masiva fue posible en buena parte gracias a la explotación de las minas de Las Médulas (León). Además, de forma excepcional, algunas emisiones se acuñaron en Colonia Patricia (Córdoba), Caesaraugusta (Zaragoza) y Tarraco (Tarragona).
El paso del tiempo trajo cambios. Durante el siglo III, las crisis encadenadas y las transformaciones económicas y sociales acabaron desacreditando las monedas en uso. El áureo fue sustituido por el sólido de oro, puente hacia el mundo altomedieval.