A medida que los reinos cristianos crecían y evolucionaban, su economía y relaciones comerciales comenzaron a demandar monedas propias. Reflejando sus distintos vínculos, influencias y necesidades, las emisiones de plata y de vellón se inspiraron en modelos europeos, pero las primeras acuñaciones en oro se hicieron imitando las andalusíes.
En un momento en el que cualquier transacción importante se hacía en moneda de oro, al copiar las piezas islámicas los gobernantes cristianos conseguían una herramienta útil no sólo a nivel local, donde se usaba habitualmente la moneda andalusí, sino en los circuitos comerciales mediterráneos, que también la empleaban.
Así nació la primera moneda de oro cristiana de la Península, el mancuso, acuñado en el Condado de Barcelona a lo largo del siglo XI. Comenzó a emitirse en época del conde Berenguer Ramón I (1018-1035), inspirado en los dinares de su coetáneo hammudí Yahya al-Mu’tali, probablemente como consecuencia de una escasez de monedas andalusíes en circulación.
Los mancusos, cuyo nombre deriva del árabe manqus (“grabado”, “acuñado”), presentan leyendas aparentemente árabes, imitadas con mayor o menor acierto, pero sin significado real. Alertarían a un usuario capaz de leer árabe, pero circularon sin problema en círculos cristianos, mezcladas con las originales.