Terminamos nuestro recorrido por Grecia frente a dos representaciones de la diosa Ártemis; una sobre un ánfora de figuras rojas y la otra en forma de figura de terracota. Ártemis, protectora de la infancia, diosa de la luna y la caza, había elegido no tener relaciones con varones, pero contaba con un cortejo de jóvenes con las que le unirían lazos afectivos. La naturaleza de esos lazos, que pueden llegar a ser eróticos, se hace particularmente visible en el mito de Calisto, una bella ninfa que formaba parte del cortejo de la diosa. Según el mito, Zeus, prendando de Calisto, adopta la forma de Ártemis para seducir a la ninfa, y se une con la joven, que cree estar en ese momento entregándose a la diosa.
La biografía divina de Ártemis es una de las pocas voces míticas que nos permiten asomarnos al homoerotismo femenino, pero no es la única fuente en este ámbito. La poesía lírica nos ha dejado también algunos bellos testimonios sobre erotismo entre mujeres. Los más famosos ejemplos los encontramos en la obra de Safo, donde la poetisa expresa intensos sentimientos eróticos hacia otras mujeres. También el poeta Alcman, en sus Partenias, presenta a un coro de mujeres adolescentes que expresan poderosos sentimientos de atracción y deseo hacia la joven Astumelousa, encargada de dirigir el coro. Incluso el anteriormente mencionado Anacreonte describe en uno de sus poemas cómo una joven lo rechaza mientras se queda “con la boca abierta” delante de otra. Todos estos poemas además, no eran composiciones de tipo privado, sino que estaban pensados para ser cantados públicamente. El erotismo entre mujeres nunca fue del todo invisible, incluso en la hegemónicamente masculina sociedad griega.
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