Este ataúd, el más sencillo y también el más antiguo que conserva el Museo, datado entre 1539 y 1191 a.C., muestra en la tapa, a los pies y en el pecho, a Isis, la diosa compasiva que porta en sus manos el símbolo de la vida.
Al igual que los primeros faraones, todas las mujeres y hombres del país del Nilo aspiraron a ser como Osiris, es decir, a morir y resucitar como él lo hizo gracias a su esposa Isis. Según creían los egipcios, Osiris fue asesinado por su hermano Seth, quien descuartizó su cuerpo y arrojó sus trozos a lo largo de las riberas del Nílo. Su esposa Isis, desesperada, le lloró. Navegó tenazmente, le buscó con amor y perseverancia y por fin encontró sus restos entre las aguas del río. Anubis le ayudó a juntarlos con su magia. Entonces, la amante Isis le infundió el aliento vital. Osiris se convirtió en el dios de los muertos y su esposa Isis era quien acompañaba a los difuntos que esperaban el retorno a la vida.