Las poblaciones que habitaron en el suroeste de la Península al final de la Edad del Bronce utilizaron grandes lajas de piedra para marcar sus territorios. Grabaron en ellas la figura del jefe local con los objetos que le identificaban simbólicamente como tal y las colocaron en puntos estratégicos de la red viaria y comercial para que la gente que transitaba por ella las viera a distancia e interpretara su mensaje.
La estela de Solana de Cabañas (Cáceres) es uno de los ejemplares más significativos. En ella, aparece un varón junto a un gran escudo. Sobre ambos, hay un broche, un espejo, una espada y una lanza; en la parte inferior, un carro de cuatro ruedas. Estos objetos tuvieron su correlato en la realidad, aunque no todos están documentados arqueológicamente en la península ibérica.
Unos relacionaban a su poseedor con los príncipes mediterráneos que ostentaban objetos similares como símbolos de su poder, y otros con los de la costa atlántica europea. Unos y otros enfatizaban su participación en la red de intercambios de regalos entre príncipes, y consecuentemente, le proporcionaban el prestigio que legitimaba su control, al menos simbólico, sobre el territorio que ocupaban.