En el México virreinal, muchos escritorios y biombos fueron decorados con escenas musicales. Desde la llegada de los españoles a Nueva España, la aristocracia criolla trató de reproducir el refinado ambiente musical que existía en la metrópoli. Los galeones llenaron sus bodegas de libros de música, cuerdas de vihuela y todo tipo de instrumentos.
Los cronistas, por su parte, documentaron la gran habilidad de los indios, tanto para la lutería, o arte de fabricar instrumentos musicales, como para la interpretación musical. Muy poco tiempo después de la llegada de los españoles, los indígenas ya construían órganos, tocaban sacabuches, instrumento de viento similar al trombón, y llegaron a ser eximios compositores.
En la tapa de cierre del escritorio realizado hacia 1700, el mítico Orfeo preside el centro de la escena, amansando a los animales y a las plantas situados a su alrededor atraídos por el sonido de su viola da gamba. Era un tiempo en que este instrumento apuraba su última etapa, antes de ser desbancado por la mayor potencia del violonchelo. En el lateral derecho del escritorio, en una de sus esquinas, se ha representado al dios Apolo tocando un instrumento de cuerda similar al laúd, rodeado por una pequeña orquesta de musas que tañen laúdes, chirimías, una flauta travesera o traverso y una viola da gamba.