Esta bella lápida de mármol procede de Mérida y está fechada en el año 661. En ella aparece una inscripción con frases separadas por bellos y estilizados signos en forma de hoja. La inscripción hace referencia a una mujer de nombre Eugenia que reconstruye o amplía un monasterio femenino. Eugenia profesó en este monasterio, en el que ejerció como abadesa. Lo consagró, dice la inscripción, el poderoso obispo Oroncio, el mismo que presidió los concilios VII y VIII de Toledo.
Conservamos un buen número de nombres de mujeres fundadoras durante la dominación visigoda que están distribuidos por toda la Península. Dotar monasterios e invertir en ellos la fortuna y la propia vida fue práctica frecuente entre vírgenes y viudas. Para las mujeres, era una forma de expresar la devoción y practicar la caridad, pero también de acceder a la educación y de disfrutar del poder y libertad de actuación. De esta forma, podían ejercer su influencia e intervenir activamente en la sociedad de su época, a pesar de no cumplir las características que tradicionalmente se les habían asignado como seres débiles, sumisos e indefensos de los que el hombre esperaba respeto.