Una de las grandes aportaciones a la historia de la humanidad del Oriente Próximo antiguo fue la escritura que, entre otros logros, ha hecho posible la transferencia de información entre generaciones y, en consecuencia, la acumulación de conocimientos.
Las primeras escrituras conocidas fueron la cuneiforme y la jeroglífica. El cuenco expuesto en primer lugar ayuda a explicar la evolución de la escritura cuneiforme. Es un cuenco de arcilla que se utilizaba como unidad de medida de cereal: la ración de comida con la que se pagaba a los trabajadores de las obras públicas en Mesopotamia hace más de 5000 años. De ahí que su pictograma forme parte de la representación de la noción “comer”, junto a una cabeza de perfil que significa “boca”. Con el tiempo, el pictograma de la cabeza modificó su posición, apareciendo tumbada. Más tarde, los pictogramas se esquematizaron y se convirtieron en un signo, sin más relación con los pictogramas originales que el significado. La escritura cuneiforme su utilizó en tabillas de arcilla y ladrillos fundacionales, en muchos de los cuales figura el nombre del monarca que los mandó fabricar, como Gudea, rey de Lagash.
Por su parte, la escritura jeroglífica, compuesta de pictogramas, ideogramas y signos determinativos, resulta igualmente compleja. La inscripción que aparece en la parte posterior de la escultura del faraón Nectanebo I, permite ahondar un poco un este tipo de escritura. En ella, figuran los nombres del faraón, entre los que aparece un ideograma, un brazo, que significa exactamente lo que representa. También hay ideogramas algo más complicados, por ejemplo, el compuesto por la figura de un pato y, a su derecha, un círculo. El pato representa la noción de Hijo, mientras el círculo representa al dios Ra. De este modo, ambos signos juntos significan “Hijo de Ra”.