Muchos objetos cotidianos ofrecen una doble lectura, como los objetos romanos relacionados con la comida y la bebida que ponen de manifiesto no sólo las costumbres culinarias, sino también las diferencias entre romanos de distinto nivel económico y social.
La vajilla de lujo con la que un romano de clase acomodada, su familia e invitados disfrutaban del vino y degustaban ricos manjares estaba formada por jarras de bronce decoradas con aplicaciones en relieve, delicados vasos de cerámica, y copas y botellas de vidrio, utilizadas por los esclavos para mezclar el vino con agua y servirlo a los comensales.
También existían muchos recipientes que se utilizaban para presentar y comer los alimentos. Gran parte de ellos eran de una cerámica fina y suave al tacto, denominada sigillata, cubierta con un engobe, pasta de arcilla líquida que se aplica a los objetos de barro antes de cocerlos, para obtener una superficie lisa y brillante que le da un aspecto lujoso. En cuencos de distinto tamaño, se presentaban trozos de carne y frutas, que los comensales cogían con la mano. Pequeños platos se utilizaban para contener frutos secos, aceitunas y otros manjares, como las salsas concentradas. Éstas se servían con cucharas de bronce o plata. Su extremo puntiagudo permitía extraer los apreciados moluscos de su concha.
Por su parte, el servicio de mesa de un romano pobre constaba, en general de muy pocos objetos, toscos y normalmente sin decoración: vasos, platos, jarras de cerámica basta y sin el engobe que los haría impermeables y de tacto suave. También utilizaba cucharas, pero en este caso de madera y no de metal. Con estos escasos y modestos utensilios un romano de clase social baja bebería agua y comería las gachas y lentejas que constituían la base de su dieta, sencilla y poco variada.