En la antigua Grecia, la consideración social de hombres y mujeres era muy diferente, al igual que las actividades que realizaban y los espacios en los que las desarrollaban.
La mujer griega estaba supeditada primero al padre y, más tarde, al marido. Por ello, un momento clave en su vida era la boda. Las lebetas nupciales, recipientes utilizados en la boda para contener el agua del baño ritual, están frecuentemente decoradas con escenas pintadas en las que se representa a la novia en los momentos previos a la boda recibiendo los regalos que le hacen sus amigas. Tras la ceremonia, y ya convertida en esposa, se hará socialmente invisible. Sus principales actividades se desarrollarán en el hogar, del que saldrá sólo en ocasiones especiales.
Por el contrario, el varón participaba en muchas actividades en las que estaban excluidas las mujeres. Es el caso de la educación, a la que sólo accedían los hombres. Desde la infancia aprendían música, lectura, escritura o matemáticas. Con ello, se preparaban para ser buenos ciudadanos. En la Atenas clásica, se daba una gran importancia a la esmerada educación de los niños, frente a las niñas, a las que se capacitaba para la dirección del hogar y la crianza de los hijos.
Otra de las actividades sociales en la que la mujer no tenía participación era en el simposio, reunión exclusiva de hombres que compartían la misma clase social, los mismos que serían protagonistas del gobierno de la ciudad y de su defensa, de la protección de su hogar y de la tutela de su esposa. En él, los varones disfrutaban de la conversación y compartían música y bebida. Era un banquete en el que se discutía de política, literatura o filosofía mientras se estrechaban los lazos sociales y de compañerismo entre los miembros varones de la polis.