La conquista islámica iniciada en el año 711, con la llegada de una nueva religión, supuso una ruptura paulatina en la organización política y económico-social, pero en muchos ámbitos la continuidad fue tanto o más importante. Cristianos y judíos no desaparecieron de los territorios nuevamente conquistados por el islam. Las ‘religiones del libro’ podían vivir su fe en al-Ándalus siempre que pagaran sus tributos: uno personal y otro territorial en función de las tierras que cultivaban. Pero la continuidad se aprecia también en la cultura material de las nuevas sociedades, que reutilizan y adaptan múltiples elementos de la cultura tardoantigua preexistente.
Esta losa de mármol, con una decoración a base de formas geométricas y vegetales talladas a bisel, reproduce motivos que son comunes a todo el Mediterráneo desde la época romana y especialmente frecuentes en mosaicos bajoimperiales. Por la perforación que presenta en su centro, se cree que habría sido reutilizada en época emiral como quicialera (es decir, como gozne o punto de anclaje para una puerta). Algunas reutilizaciones se hacían como muestra de la conquista del nuevo poder sobre el antiguo, pero muchas veces este fenómeno no persigue un fin de propaganda política, sino que simplemente responde a un gusto y estética compartidos.
Las monedas también son elocuentes testimonios de contacto y continuidad. La moneda del mundo islámico fue creada a finales del siglo VII a partir de modelos bizantinos y sasánidas. El sistema se basaba en el dinar de oro, el dírham de plata y el felús de bronce. Las primeras emisiones hispanomusulmanas son dinares gruesos y toscos, acuñados para pagar a las tropas durante la conquista. Sus leyendas en latín muestran el nombre del nuevo territorio omeya, Spania, al que pronto añaden su denominación en árabe: al-Ándalus. Las acuñaciones andalusíes cumplieron una importante función de monetización de la población, ya que el pago de impuestos fue exigido siempre en moneda.
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