La imagen del hombre evolucionó a lo largo de la historia romana. En el siglo I se representa al hombre maduro imberbe, con un peinado hacia la frente formando un flequillo que combinaba de distintas formas los mechones.
A partir del siglo II los personajes masculinos se representan con barba y cabellos rizados, o con mayor volumen, moda inaugurada por el emperador Adriano, que subsistirá alrededor de un siglo.
Estas variaciones vienen condicionadas por fenómenos de emulación de la familia imperial, que se vieron siempre equilibrados, especialmente en el retrato masculino, por la búsqueda del realismo en la representación del rostro.